Cuando el cuerpo recuerda: el origen emocional de las alergias
Las alergias suelen describirse en la medicina como una reacción exagerada del sistema inmunitario frente a una sustancia inofensiva: polen, polvo, alimentos, etc.
Pero cuando escuchamos con más atención, descubrimos que no solo son reacciones físicas…
También son mensajes emocionales que nuestro cuerpo expresa cuando la mente aún no encuentra palabras.
El cuerpo habla cuando el corazón no sabe cómo hacerlo
El Dr. Salomón Sellam, pionero en la mirada psicosomática de las alergias, explica que muchas de ellas funcionan como una fobia física.
El alérgeno (polen, gluten, pelo de gato…) no es el verdadero enemigo.
Es solo un símbolo, un “testigo silencioso” de un episodio doloroso que quedó grabado en nuestro inconsciente.
Durante la llamada fase muda, el cuerpo registra un evento desestabilizador —un shock emocional, un momento de miedo o de pérdida— y lo asocia con aquello que había en el ambiente.
Meses o años después, al reencontrarnos con ese estímulo, el cuerpo reacciona con fuerza:
“¡Cuidado, peligro, hay riesgo en la morada!”.
La alergia se convierte así en una estrategia de supervivencia: mejor estornudar, rascarse o inflamar la piel… que volver a revivir el dolor original.

Según el Dr. Salomón Sellam: alergias como fobias físicas
El alérgeno como mensajero oculto
Sellam explica que cada alérgeno guarda una asociación única.
El polen puede estar ligado a una separación amorosa.
El polvo, a discusiones familiares vividas en soledad.
El gluten, a la tensión con la figura paterna.
El cuerpo convierte estos elementos en símbolos emocionales, que actúan como alarmas del inconsciente:
“No recuerdes aquello… mejor ocúpate de esta reacción en tu piel, en tu estómago o en tus pulmones”.
¿Qué dice la ciencia?
La psiconeuroinmunología —disciplina que conecta mente, cerebro y sistema inmunitario— ha mostrado cómo el estrés y las emociones impactan directamente en nuestras defensas.
- El cortisol, hormona del estrés, cuando se mantiene elevado durante demasiado tiempo, puede alterar la respuesta inmune y favorecer reacciones alérgicas, inflamatorias y digestivas.
- Un estudio realizado en Japón demostró que el estrés psicológico debilita el trabajo de los macrófagos, células encargadas de limpiar tejidos. Esa disfunción incrementa las reacciones alérgicas cutáneas.
- Investigaciones clínicas han vinculado el trauma infantil y el estrés crónico con mayor prevalencia de asma y rinitis alérgica.
La ciencia y la experiencia clínica coinciden en algo fundamental: cuando el cuerpo “explota”, muchas veces está gritando emociones no escuchadas.
Algunos ejemplos simbólicos
Gluten y figura paterna
La intolerancia o alergia al gluten puede resonar con tensiones en la relación con el padre: su autoridad, sus exigencias, sus normas rígidas.
El cuerpo, en vez de confrontar esa energía, reacciona con rechazo al pan, la pasta, la harina… todo lo que simboliza “lo que me imponen”.
Polen y separaciones no expresadas
Un adolescente vive la primera gran ruptura amorosa sentado en un parque, rodeado de polen.
El sistema nervioso guarda esa escena, y años después cada primavera se convierte en una avalancha de estornudos y lágrimas.
El polen no duele… lo que duele es la memoria que trae consigo.
Piel: alergias y límites emocionales
Urticaria, eccema, dermatitis… muchas veces la piel se convierte en el escenario donde se juegan los conflictos de límite:
“No sé cómo marcar distancia con el otro” o “Me siento invadido”.
El cuerpo responde con inflamación, con picor, con enrojecimiento… como si quisiera dibujar el límite que no se atrevió a poner con palabras.
Las alergias, desde esta mirada, son avisos del inconsciente.
Nos dicen: “Aquí hay algo que no has terminado de procesar”.
Y en vez de castigarnos, quizá podamos agradecerle al cuerpo que nos muestre, aunque de una forma incómoda, aquello que aún necesita ser mirado con ternura.
La pregunta no es solo “¿Qué me provoca alergia?”, sino también:
¿Qué historia emocional está pidiendo ser escuchada a través de este síntoma?


